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Nada se perderá, no temas hermana

Daniela Libertad . 2014.

Parto de las cosas que tardan, de las acciones que se llevan a cabo sin saber muy bien por qué y para qué se hacen, acciones que con el tiempo se aclaran a si mismas. Con los meses y con los años, en contadas ocasiones, me he acercado al momento fugaz de comprender; parcialmente, siempre parcialmente.

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Me acompañan los lápices de grafito, con puntas afiladas, del 9H al 9B, recordando lo que decían mis profesores de dibujo, -desde que se saca punta, se está dibujando- Camino pues, sacando punta.

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Hay una soledad necesaria, imperativa para trabajar. Me sorprende cómo ésta logra voltear sobre sí misma y convertirse en presencia . . . hay una presencia necesaria, imperativa para trabajar.

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Algo para subrayar: Habremos perdido hasta la memoria de nuestro encuentro… y sin embargo nos reuniremos, para separarnos y reunirnos de nuevo, allí donde se reúnen los hombres muertos:  en los labios de los vivos. Samuel Butler Sonnet XIV, La vida después de la muerte, 1918

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Cargo las acciones estudiadas, aprendidas de personas que por los años 70s ya tenían mi edad, venidos de Amsterdam, lo que alguna vez fue Yugoslavia, Estados Unidos, Alemania; aprendí mirándolos en fotografías a blanco y negro, en videos largos, larguísimos, leyéndolos en textos propios y entrevistas, escuchando a mis maestros hablar de ellos. Cuerpos largos, delgados,  desnudos, presionados, sudados, cortados, caídos, empujados; cuerpos de artista.

 

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Hay un espacio entre el saber y el hacer, sostenido por la duda. Es ahí, entre línea y línea, entre paso y paso, que se cuela el silencio.

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Mis videos se han ido llenando de medios círculos, que se han trazado por estar al frente y detrás de la cámara. Dentro de ellos hay también objetos mirados una y otra vez, aplastados, succionados y convertidos en imagen; hay tiempos encerrados que corren y corren a diferentes velocidades; hay personas viviendo dentro, en apartamentos separados, a veces se saludan en los pasillos del edificio; hay cosas que éstas hacen, como caminar, tragar piedras, hacer pasteles, ir al río a ofrecer naranjas o al bosque a ofrecer leche. Pocas veces me entero por qué lo hacen, pero cuando soy invitada a presenciar, me gusta ir y, en silencio, las acompaño.

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Me fascina que, en español, la palabra escultura, sea de género femenino. La imagino de cabello negro y piernas fuertes, hechas para caminar pero no para correr, de voz clara y fuerte, parecida a la que recuerdo de mi madre cuando yo era niña. El volumen, el espacio, el peso, el equilibrio son de género masculino; la tensión, femenino.

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Le tengo fe a las palabras. Al tocarlas mientras las pronuncio en voz o en línea, las cosas se mueven, las personas aparecen, las cartas llegan, los cambios empujan, los caminos se abren

 

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